martes, 8 de septiembre de 2009

Para aprender, nunca es tarde (El Mundo, viernes 4 de septiembre de 2009)

En Tegucigalpa, la capital de Honduras, en el barrio de La Colonia, malviven miles de personas; hacinados entre basuras, desperdicios y miseria, hombres y mujeres pasan sus días apañándoselas para sobrevivir en una ciudad que les ha dado la espalda.

En La Colonia todo está en cuesta, como si, hasta solo por caminar, se requiriese un esfuerzo adicional. Las calles y las casas se han ido construyendo, sin orden ni concierto, en las escarpadas laderas que van a desembocar en un pequeño riachuelo, contaminado por las basuras y desechos.

En una de esas laderas, desafiando a las fuertes lluvias estacionales, se levanta la casa de Ramona María Torres, Doña Monchita. Construida con palos, chapas y cartones, sirve de cobijo a una familia de 20 miembros.

Doña Monchita, la más anciana, convive con hijos y nietos. Algunos, las mujeres, fabrican tortitas de maíz que luego venden a sus vecinos y a los establecimientos hoteleros cercanos. Otros, duermen la borrachera diaria tirados sobre los colchones que comparten con más miembros de la familia.

Mientras los niños juegan en la calle, Doña Monchita, que en sus 71 años de vida no ha hecho "otra cosa que trabajar", dedica horas al estudio. "Ahorita no puedo trabajar tanto, porque tengo que estar estudiando, que quiero pasar el sexto grado", dice con orgullo.

Un ejemplo de tesón

Gracias a la Asociación Colaboración y Esfuerzo (ACOES), que dirige el padre Patricio Larrosa y que recibe el apoyo de organizaciones como Manos Unidas, la anciana hondureña no solo ha aprendido a leer, sino que ya puede exhibir el diploma que acredita sus excelentes calificaciones en tercer y cuarto grado.

Doña Monchita es solo un ejemplo de la labor que el padre Patricio lleva a cabo en Tegucigalpa. Más de 5.000 niños y ancianos se benefician del trabajo que, sobre todo en el campo de la educación, realizan el sacerdote español y las decenas de voluntarios que le apoyan.

Cada día, niños y mayores acuden en turnos de mañana o de tarde a los centros de reunión donde reciben apoyo, capacitación, formación en higiene y nutrición y una comida, probablemente, la única en toda la jornada.

El futuro llegó para Ramona a los 71 años, pero, probablemente, el ejemplo de esfuerzo y la colaboración de estos jóvenes voluntarios hondureños, salidos de barrios como de la Isla o la Colonia, permitirán hoy a muchos niños soñar con una vida que sus mayores no tuvieron.

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